27 diciembre, 2008

Intimidad.






Juan Pablo y Ofelia intercambiaron números telefónicos en una reunión de trabajo a la cual asistieron. Desde ese momento –ya hace varios meses- se llaman frecuentemente y mantienen largas conversaciones sobre lo humano y lo divino. Cuando no conversan, se envían mensajes de texto o fotografías. Finalmente consideraron que esa amistad podría transformarse en algo más y deciden comer juntos...

Juan Pablo llega primero al restaurante y se acomoda en una mesa. Para acortar la espera pide un wisky; a los minutos llega Ofelia. Un momento de desconcierto al estar frente a frente, no les permite saludarse formalmente: ni con un apretón de manos, ni con un beso en la mejilla ni con un abrazo. Sólo dicen ¡Hola! Cada uno en su asiento frente al otro; Ofelia juega con los cubiertos. Juan Pablo se bebe el wisky de un solo trago. El mesonero irrumpe entrambos. Cada quién pide lo que desea comer, más un refresco para Ofelia. Nadie rompe el silencio. Se miran de soslayo y esbozan unas sonrisitas nerviosas. El se zafa la corbata; ella saca su polvera. Los minutos se hacen eternos sin proferir palabras. Juan Pablo tocado por una idea luminosa se levanta, atraviesa el salón y va a instalarse en la mesa más recóndita. A los segundos Ofelia siente el tintirintintirin de su teléfono móvil. Cuando ve que la llamada es de Juan Pablo sonríe. ¡Que bueno que llamaste! ya estaba desesperada…

¿Vas a almorzar, Ofelia ? Yo también...¿Qué pediste?



Caracas, diciembre 2008
Ilustración sacada de la web.

13 diciembre, 2008

El Oso solitario.





(para Emiliano Antonio, en esta Navidad.)


En el frío polo norte vivía un Oso blanco muy grande y hermoso. Como todos los de su especie, vagaba por esas inmensas extensiones de hielo en busca de alimento. Quizá encontraba una foca, o un caribú para cazar y calmar su apetito. Siempre solitario; hasta que en uno de esos largos veranos polares -con mucho revuelo para el silencioso lugar- apareció una expedición de científicos, cargados de aparejos: carpas, instrumentos, trineos y por supuesto los necesarios guías Inuit con sus perros para tirar de los trineos. Nueve preciosos perros Huskys –machos y hembras- unos de plateado pelaje, otros rojizos. A uno de estos perros, grande y fuerte llamaban Dominó por el color de su pelaje negro y blanco.

Dominó era inteligente, ágil y resistente. Era el perro alfa de la jauría; a él corresponde ser el cabecilla en los arneses, al momento de halar del trineo. Era muy respetado: el primero en comer, el primero en afrontar los riesgos en tan aventurado desempeño y el último en acostarse a dormir muy acurrucado para soportar las ventiscas y el intenso frío.

En una ocasión en que todos descansaban – hombres y animales- nuestro Oso solitario, atraído por el coro de aullidos de los perros se acercó sigilosamente al campamento. Los canes –salvo los que dormían- al ver al enorme Oso se acurrucaron temerosos. Dominó apenas presintió la cercanía del intruso se mantuvo en guardia muy atento, con sus orejas tiesas escuchando las pisadas del oso en la nieve. Nuestro perro se incorporó –atado a su cadena- al ver frente a sí la enorme masa de pelaje blanco que poco a poco se le avecinaba. Se puso firme en sus patas , pero no mostró sus comillos ni tampoco ladró al Oso, que prácticamente gateando se fue acercando más y más. El perro comenzó a olfatear a su visitante. El Oso en señal de sumisión se volcó patas arriba jugueteando con Dominó. Ese encuentro fue decisivo para entablar una amistad. Todas las noches –noches polares de sol- el viejo Oso venía a visitar al perro: ambos se echaban uno al lado del otro. Luego de horas de juego y reposo, el Oso se retiraba y el can se preparaba para emprender su diaria tarea de halar del trineo. A veces, en sus largas incursiones de estudio, los expedicionarios veían un oso que rezagado y desde lejos seguía la caravana…

Una mañana cuando los Inuit fueron a disponer los perros para engancharlos al trineo, consiguieron la cadena de Dominó rota. Se extrañaron, buscaron por el lugar y dedujeron –porque no había rastros de violencia- que quizá el buen animal se habría extraviado en la ventisca. No lo buscaron más y pronto lo reemplazaron por otro perro joven a la cabeza del correaje. Entre tanto el Oso y Dominó -el uno al lado del otro- emprendían camino por el glaciar, lejos muy lejos, libres, felices y amigos.


Caracas, diciembre 2008

(Este cuento, está basado en un hecho real reseñado en Internet...La ilustración pertenece a la serie de fotos tomadas por Norbert Rosing.)

11 diciembre, 2008

La vuelta al mundo.


 

Harta gente embarcamos en desta aventura por hacienda y honores, para salir desta nuestra mísera condición. ¡Agora con el correr del tiempo, dícese que acometimos la tan desemejable acción de circunnavegar el mundo! Ansí a pesar de los ruegos de mi madre por ser aún mozalbete –un grumete nunca sobra en una nao- me alisteme en la expedición de mi Capitán Don Hernando. Todo os lo contaré detalladamente: los dilatados mundos, otros seres, otras bestias y vegetación innombrables para nosotros. Mar y cielo por meses, por años. Ríos caudalosos que parecían mares. Montañas de hielo. Un silencio sepulcral y el maldito viento ora tempestuoso ora calmo, que nunca aparecía y manteníanos varados en deste paraje de pesadilla. Nativos que agora no me atrevería a juzgar de salvajes, dado que nos acicateados por el hambre, desfallecientes por el escorbuto y el beriberi, ateridos de frío -extraviados en mares procelosos- llegamos a cometer peores fechorías... Vide al santo convertirse en pecador y al hombre convertirse en bestia. ¡El sobreviviente que no niegue que yantó de los muertos! Vide el tesón de mi capitán Don Hernando, ante las vicisitudes y deserción de sus pares, la pérdida de sus naves y finalmente caté su duecho conocimiento de la geografía y la navegación al adentrarse por deste estrecho de Todos los Santos, que pensábamos nos llevaría al infierno...

Luego conocí del paraíso: ínsulas encantadas, con clima benigno, llenas de frutos carnosos, jugosos y coloridos. Cantos de aves nunca antes escuchados; peces diversos. Conocí las especias aromáticas. Nativos aguerridos, tan valientes como cualquier soldado de los tercios de Su Majestad. Supe del dolor cuando vide a mi Capitán Don Hernando morir en batalla en una ínsula que mientan Mactan y por último, soy uno de los pocos venturosos que logró llegar nuevamente a casa en la única nave que pudimos rescatar. Quizá por mi juventud, quizá gracias a la providencia a quien mi buena madre oraba a diario, durante desos luengos años que duró mi travesía. No lo podría asegurar. Fuime de mi terruño mozalbete y llegué convertido en hombre.

Hagamos una pausa y refresquemos el gaznate, Maese Pigafetta: ¡ventero, acá dos pintas más! Prenda papel y pluma vusía, que desconoce la aventura completa y comience a escreber -a duras penas sé garabatear mi nombre- empero los recuerdos anidan en cualquier mente... Zarpamos con cuatro de las dichas naos bien apertrechadas y doscientos treinta y cuatro almas, dese Puerto de San Lucar un año de 1519…

Caracas, diciembre 2008

08 diciembre, 2008

Pasamos a formar cadena...





"Entre febrero 1999 y mayo 2008, Chávez Frías ha pasado 2.544 horas sermoneando al país por radio y televisión, el equivalente a 318 días laborales, un año y medio hablando entre siete y ocho horas diarias" . Antonio Pasquali.

 

A Cristina la sacaron con camisa de fuerza, en medio de una pataleta. Enrique no se explicaba cómo le había podido suceder aquello. Su mujer nunca dio demostraciones de violencia, ni de haber perdido el juicio. Después de mediodía, la muchacha de servicio alarmada, llamó a su oficina. ¡Don Enrique vengase rápido. La señora tiene un ataque y está acabando con todo! Enrique no perdió tiempo en pedir detalles. Como una exhalación salió disparado al llamado de auxilio.

Cuando llegó a su casa, todavía le duraba el ataque a Cristina. La mujer daba gritos y la emprendía a batazos contra el televisor mientras profería improperios. Enrique no sabía –o no se atrevía- cómo detener aquello. Sería muy arriesgado enfrentársele a Cristina, quien no daba demostraciones de agotamiento y seguía golpeando y maldiciendo a voz en cuello. Optó por llamar a la ambulancia. Los paramédicos lograron sedarla y colocarle la camisa de fuerza. Ahora su ira se transformó en llanto. Mientras, Enrique compungido, no encontraba cómo consolar a su mujer. Ella en voz queda, gimiendo decía: ¡Hasta cuando, hasta cuando, las malditas cadenas..! No lo soporto más. ¡Ya basta, basta! Yo, lo único que quiero es ver la telenovela en paz.



Caracas, junio 2008