13 diciembre, 2008

El Oso solitario.





(para Emiliano Antonio, en esta Navidad.)


En el frío polo norte vivía un Oso blanco muy grande y hermoso. Como todos los de su especie, vagaba por esas inmensas extensiones de hielo en busca de alimento. Quizá encontraba una foca, o un caribú para cazar y calmar su apetito. Siempre solitario; hasta que en uno de esos largos veranos polares -con mucho revuelo para el silencioso lugar- apareció una expedición de científicos, cargados de aparejos: carpas, instrumentos, trineos y por supuesto los necesarios guías Inuit con sus perros para tirar de los trineos. Nueve preciosos perros Huskys –machos y hembras- unos de plateado pelaje, otros rojizos. A uno de estos perros, grande y fuerte llamaban Dominó por el color de su pelaje negro y blanco.

Dominó era inteligente, ágil y resistente. Era el perro alfa de la jauría; a él corresponde ser el cabecilla en los arneses, al momento de halar del trineo. Era muy respetado: el primero en comer, el primero en afrontar los riesgos en tan aventurado desempeño y el último en acostarse a dormir muy acurrucado para soportar las ventiscas y el intenso frío.

En una ocasión en que todos descansaban – hombres y animales- nuestro Oso solitario, atraído por el coro de aullidos de los perros se acercó sigilosamente al campamento. Los canes –salvo los que dormían- al ver al enorme Oso se acurrucaron temerosos. Dominó apenas presintió la cercanía del intruso se mantuvo en guardia muy atento, con sus orejas tiesas escuchando las pisadas del oso en la nieve. Nuestro perro se incorporó –atado a su cadena- al ver frente a sí la enorme masa de pelaje blanco que poco a poco se le avecinaba. Se puso firme en sus patas , pero no mostró sus comillos ni tampoco ladró al Oso, que prácticamente gateando se fue acercando más y más. El perro comenzó a olfatear a su visitante. El Oso en señal de sumisión se volcó patas arriba jugueteando con Dominó. Ese encuentro fue decisivo para entablar una amistad. Todas las noches –noches polares de sol- el viejo Oso venía a visitar al perro: ambos se echaban uno al lado del otro. Luego de horas de juego y reposo, el Oso se retiraba y el can se preparaba para emprender su diaria tarea de halar del trineo. A veces, en sus largas incursiones de estudio, los expedicionarios veían un oso que rezagado y desde lejos seguía la caravana…

Una mañana cuando los Inuit fueron a disponer los perros para engancharlos al trineo, consiguieron la cadena de Dominó rota. Se extrañaron, buscaron por el lugar y dedujeron –porque no había rastros de violencia- que quizá el buen animal se habría extraviado en la ventisca. No lo buscaron más y pronto lo reemplazaron por otro perro joven a la cabeza del correaje. Entre tanto el Oso y Dominó -el uno al lado del otro- emprendían camino por el glaciar, lejos muy lejos, libres, felices y amigos.


Caracas, diciembre 2008

(Este cuento, está basado en un hecho real reseñado en Internet...La ilustración pertenece a la serie de fotos tomadas por Norbert Rosing.)

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