29 octubre, 2007

El ponche de la Nonna.



Estos tremendos aguaceros que están cayendo en nuestra ciudad capital, me han hecho rememorar una experiencia de mi niñez, que para el momento consideraba maravillosa… 

Mi hermana y yo estudiábamos la primaria en la Escuela Experimental Venezuela, en la actual avenida México, diagonal al edificio del Ateneo de Caracas. Para ese entonces no existían ni el edifico ni la avenida, sino una placita con mucha arboleda, llamada la Plaza Morelos. Resulta que nosotras vivíamos en la esquina de Las Ibarras, en pleno centro caraqueño y para llegar al colegio teníamos que caminar varias cuadras. A veces nos asistía el transporte, o a veces preferíamos usar el importe del bus para comprar melcocha. En ese entonces, los colegiales andábamos tranquilamente por las calles y los policías que a la vez dirigían el tránsito, detenían los vehículos para dejarnos pasar. Así un grupo de chicos y chicas, íbamos y veníamos en patota al colegio.

Pero lo mejor de este asunto era cuando llovía. En esta ciudad los aguaceros siempre han sido proverbiales y nosotras muchachas al fin, no temíamos al aguacero y mucho menos a una reprimenda. Por el contrario, cuando llegábamos emparamadas de saltar en los pozos de agua de la vía, mamá y abuela muy solícitas nos daban un baño, nos cubrían con los albornoces y mi abuela se esmeraba en la preparación de un riquísimo y calientito ponche, que nos caía de maravillas.

Hay cosas que permanecen en nuestra memoria de por vida, impresas hasta con su sabor y olor. Con razón decía Cortazar que “La memoria sabe lo que guarda”. En estos días de remembranzas, volví a prepararme un rico ponche como lo hacía mi nonna Ana. Deseo compartir con ustedes la receta de una cosa tan sencilla y para nosotras tan reconfortante, ya que además de la humeante taza, estaba el abrigo cálido de quienes nos secaban el pelo y nos friccionaban con las toallas.

He aquí la receta de mi nonna, que en verdad nunca pregunté de dónde la sacó. Ella era Genovesa y yo daba por descontado que todas esas cosas ricas que preparaban en casa; los torteloni de ricota y espinaca, el pesto, o la torta pasqualina y por supuesto el ponche, debían venir de tan lejos.


Ponche de Doña Ana (para una persona)

1 yema de huevo.
Azúcar al gusto.
Media taza de café con leche o hasta colmar la taza (al gusto: más claro o más oscuro)
Unas gotitas de ron o brandy (al gusto)

En una taza se coloca la yema y se le pone las cucharaditas de azúcar. ( Con dos es más que suficiente, para mi gusto) Se mezcla en la misma taza, agitando rápidamente con una cucharilla, hasta que el preparado toma consistencia (espesará, como una crema batida) Luego se añade la cantidad de café con leche deseada, se agita y se agregan las gotitas del licor escogido para el caso.

(Como la preparación era para menores, las gotitas de licor eran eso: “unas gotitas”. Imagino que un adulto podrá agregar más licor, a su gusto.)

Espero les agrade y quien lo pruebe, que por favor comente…




Caracas; en una tarde lluviosa de octubre 2007

Ilustración: cortesía de José Carlos.

22 octubre, 2007

Lo impredecible.

 


"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos".
Arthur Schopenhauer
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La mujer mira la revista con displicencia. Sentada allí esperando su turno en la antesala de lo desconocido. Otras dos mujeres también esperan. ¿Nunca he visto un hombre aquí? piensa. ¿Será que ellos se apegan más a la realidad que nosotras? O es que nosotras necesitamos transformar esa realidad a costa de creer lo inverosímil. ¡Claro, si andamos entaconadas!, bien lejos de tener los pies sobre la tierra...

¿Y que hago aquí? ¿Qué pretendo sacar en claro? Seguramente necesito saber lo que ya sé. Estoy aquí para escuchar lo que deseo escuchar -para resemantizarlas a mi antojo- en base a las mismas cosas que siempre oigo: tuvo miedo, son una pareja kármica, está confundido, ustedes vienen de otra vida juntos, se arrepentirá y volverá. Una historia que me llevará a ninguna parte pero que creo falsamente, me ayude a sobrellevar el presente. Creándome falsas esperanzas. ¿Y estas otras mujeres, vienen a lo mismo que yo? Será que sus historias son iguales a la mía. ¿Es que acaso un tabaco, unas cartas, unos ensalmos, unas runas o unos cristales y los caracoles vas a decidir nuestro destino? Bueno, debo reconocer que lo de los caracoles al menos encierra un ritual novedoso. Entonces me envuelve cierto embrujo con las salmodias en yoruba, pierdo el sentido de las palabras, atiendo al ritmo de la extraña lengua y al sonido del roce de los caracoles en la manos del Orisha. Pero esto es otra cosa. Se abre la puerta y sale una mujer con los ojos llorosos. Otra se levanta para atender su turno y atraviesa por delante de ella.
Pasa una hoja, pasa la otra. Hace que lee pero sólo ojea. Sus pensamientos no paran. ¡Esta amargura no me puede durar toda la vida! Si a ver vamos no fue culpa de nadie. Las cosas sucedieron y más nada. No volverá y además para qué, yo no pienso recibirlo. ¡Ni que fuera yo pila de agua bendita, para que él venga a remojar el hisopo! El amor como una copa de cristal, cuando se rompe no puede pegarse. Lo que existía se esfumó, pero atesoré los buenos momentos, que los hubo. Me tocó vivirlo así porque este es mi destino y ya no hay vuelta atrás. ¡Al carajo! dijo en voz alta, ¡yo puedo ser feliz con un hombre, pero no necesito un hombre para ser feliz!, que el azar se engargue y exhaló un suspiro. Lanzó la revista sobre la pequeña mesa y salió sin siquiera decir buenas tardes.



Caracas. Octubre,2007

Ilustración de la WEB.

02 octubre, 2007

¿Qué nombre le pondremos ?



"Y qué nombre le pondremos, matarile..rile..ron.." (canción infantil venezolana)

Así como cuando Carlos Andrés –en la IV Rep.- hubo una decretohemorragia, ahora tenemos una megalohemorragia de delirios variopintos, que van desde: Mega-oleoductos regionales, el Eje Orino-Apure, el Parque temático de La Carlota, el cable submarino Venezuela-Cuba, pasando por los gallineros verticales, el Banco del Sur, Refinerías en el Pacífico, Cambio del huso horario y hasta el saneamiento del Guaire que será convertido en un Támesis. Una avalancha de ofrecimientos que hasta los momentos se han quedado en el discurso y que nuestras neuronas no logran procesar. O será que definitivamente esta revolución es tan de avanzada que los venezolanos comunes y corrientes no logramos seguirle el paso...

Es vez le tocó a los nombres propios. Según me enteré, lo dicho por el Unico mandatario –y digo asegún, porque ese programa farragoso no me lo calo- apoyado por la rectora del CNE que pretende validar los nombres de los nacionales, los niños al ser inscritos en el Registro civil deberán tener nombres propios en nuestro idioma oficial . No obstante, a lo mejor prohíben los oriundos del idioma español, por ejemplo: Carmen Luisa, María Fernanda, Pedro Luis y optan por los autóctonos aborígenes para hacerlos obligatorios: Guaicaipuro, Paramaconi, Tibisay, Yubirí, para reafirmar el falso nacionalismo que impera.

La verdad es que eso de los nombres parece ser potestad de los libérrimos padres, ya que al pobre chamo o chama, no le piden opinión al momento de endilgarle un Eudomar, o una Yuleisys y por lo visto esos mismos padres no se percatan que el infante crecerá y deberá llevar el apelativo de por vida; amen de que no se librará de la consabida mamadera de gallo propia de nuestros coterráneos. Cambiarse el nombre es un procedimiento harto engorroso. Lo que trato de explicar, es que eso de los nombres no es una cuestión de originalidad a ultranza. Es algo de responsabilidad y sentido común. Pero como toda moneda tiene dos caras, la ingerencia del estado hasta en estas cuestiones tan personales y privadas es peligrosa y aunque no lo parezca, una manera de cercenar la libertad. Especialmente la de los propios seguidores del proceso –el soberano- que en su mayoría son quienes estos apelativos rocambolescos utilizan.

Conversando sobre este tema con mis amistades, un psicólogo me hizo saber que los nombres tienen una carga significativa y emotiva. Ciertamente no es igual llamarse César Augusto y rememorar a ese grande hombre, que llamarse Gerson o Herdrich, o esas combinaciones del nombre de Papi y Mami: Josiyuli, Friseidan o Wuilisú. Tuve una compañera de trabajo, llamada Oralín y siempre lo asocié con nombre de gargarismo.

También me dijo una amiga pediatra que en el hospital de niños dedujeron –por los casos atendidos- que los niños cuyos nombres son totalmente inventados, eran más propensos a enfermedades y a sanar más lentamente, que aquellos que llevaban nombres cristianos. Sería interesante hacer un sondeo serio al respecto. No se que tan descabellado pueda sonar esto, pero imagino que al tenerse un nombre del Santoral, ese mismo apelativo serviría como protector para la persona que lo lleve. La Kábala, considera que hay nombres con influencias positivas y otros con influencias negativas y que los nombres de los ángeles tiene regencia sobre quienes los llevan.

Todas las religiones o creencias le dan cierta significación o connotación a los nombres. Si a ver vamos y bautizamos a nuestros retoños por profesar determinada religión, deberíamos siquiera colocarles nombres católicos o cristianos, que muchos hay. Por otra parte, es muy lindo que te celebren tu onomástico y recibas una felicitación el dia del Cármen, o de Santa Ana o de San Patricio. Recuerdo a Monseñor Hernández, en su Iglesia de San José que cuando bautizaba a los niños les endilgaba –de forma obligatoria- el José o Josefina. De allí se salía cristianado con tres nombres en la fe de bautismo: los dos que se utilizan tradicionalmente y además el de San José.

Tengo entendido que hay países de habla española que prohíben la colocación de nombres en otros idiomas. También es determinante el estatus social y hasta el orígen etnico... Para nosotros son proverbiales los nombres de los maracuchos. Hay otros que toman el apellido del ídolo como nombre propio de otro pobre cristiano. Combinados con nuestros apellidos quedan risibles. Así tenemos personas llamadas Darwin Ramírez, Martin Luther Pérez, Robespierre Quiros, Lenin González, Stalin Fernández o cualesquieras otros. Paradójicamente éstos últimos cuando llegan a la adultez terminan siendo unos fundamentalistas ultra derechistas. Es decir son el modelo viviente del fracaso de las ideas de sus padres. ¡Y que decir de las modas! Hay rachas de Jaquelines, Vanessas y Ladydis, de acuerdo al personaje femenino que se encuentre en la palestra. Los nombres geográficos que acostumbramos aquí para las niñas: Africa, Francia, América, son vistos como algo extraño en otros países; me consta.

No hay otra, gústenos o no por decreto presidencial tendremos que volver a los nombres tradicionales. En este caso no faltarán muchos Hugos Rafaeles para complacer al delirante y quizá hasta algún inveterado maracucho le ponga a su niña Revolución bonita Montiel; así como conozco algunas llamadas Democracia o Libertad, producto de cuando la caída del dictador Pérez Jiménez.


Caracas, octub.2007