22 octubre, 2007

Lo impredecible.

 


"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos".
Arthur Schopenhauer
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La mujer mira la revista con displicencia. Sentada allí esperando su turno en la antesala de lo desconocido. Otras dos mujeres también esperan. ¿Nunca he visto un hombre aquí? piensa. ¿Será que ellos se apegan más a la realidad que nosotras? O es que nosotras necesitamos transformar esa realidad a costa de creer lo inverosímil. ¡Claro, si andamos entaconadas!, bien lejos de tener los pies sobre la tierra...

¿Y que hago aquí? ¿Qué pretendo sacar en claro? Seguramente necesito saber lo que ya sé. Estoy aquí para escuchar lo que deseo escuchar -para resemantizarlas a mi antojo- en base a las mismas cosas que siempre oigo: tuvo miedo, son una pareja kármica, está confundido, ustedes vienen de otra vida juntos, se arrepentirá y volverá. Una historia que me llevará a ninguna parte pero que creo falsamente, me ayude a sobrellevar el presente. Creándome falsas esperanzas. ¿Y estas otras mujeres, vienen a lo mismo que yo? Será que sus historias son iguales a la mía. ¿Es que acaso un tabaco, unas cartas, unos ensalmos, unas runas o unos cristales y los caracoles vas a decidir nuestro destino? Bueno, debo reconocer que lo de los caracoles al menos encierra un ritual novedoso. Entonces me envuelve cierto embrujo con las salmodias en yoruba, pierdo el sentido de las palabras, atiendo al ritmo de la extraña lengua y al sonido del roce de los caracoles en la manos del Orisha. Pero esto es otra cosa. Se abre la puerta y sale una mujer con los ojos llorosos. Otra se levanta para atender su turno y atraviesa por delante de ella.
Pasa una hoja, pasa la otra. Hace que lee pero sólo ojea. Sus pensamientos no paran. ¡Esta amargura no me puede durar toda la vida! Si a ver vamos no fue culpa de nadie. Las cosas sucedieron y más nada. No volverá y además para qué, yo no pienso recibirlo. ¡Ni que fuera yo pila de agua bendita, para que él venga a remojar el hisopo! El amor como una copa de cristal, cuando se rompe no puede pegarse. Lo que existía se esfumó, pero atesoré los buenos momentos, que los hubo. Me tocó vivirlo así porque este es mi destino y ya no hay vuelta atrás. ¡Al carajo! dijo en voz alta, ¡yo puedo ser feliz con un hombre, pero no necesito un hombre para ser feliz!, que el azar se engargue y exhaló un suspiro. Lanzó la revista sobre la pequeña mesa y salió sin siquiera decir buenas tardes.



Caracas. Octubre,2007

Ilustración de la WEB.

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