03 noviembre, 2006

Halloween.





Es la cuarta o quinta vez que abres la puerta a los niños, que alborotados con sus disfraces y sus caritas alegres, piden bulliciosamente las deseadas golosinas.

Esta vez es una figura alta que está en el vano de la puerta. Forrada en una sábana negra y una careta cadavérica. Jajaja…un adulto en estas andadas. ¡Nunca terminamos de crecer! Con voz cavernosa pero amable solicita entrar. Un instante de duda te asalta...luego y sin saber por qué respondes, ¡adelante! Cuando se están encaminando a la sala te dice, prefiero la cocina. Allí se dirigen y ocupan unas de las sillas que rodean la mesa llena de cajitas, donde colocas las galletitas recién horneadas, que repartirás a la chiquillería. ¿Puedo ofrecerle algo? No gracias no como ni bebo. Sólo vine atraído por el dulce olor. !Ah, son mi galletas de jengibre! es una vieja receta familiar. Las acostumbramos a hacer desde hace muchísismo tiempo para estas festividades. Sí, lo sé. Mi madre las hacía igual. En verdad es una de las pocas cosas que echo de menos. ¡Mire usted que casualidad!


Permanecen en silencio...Tras la máscara la figura parece absorber el penetrante olor que emana del horno. Luego de unos largos minutos se levanta. ¡Gracias, esta noche he vuelto a la vida! Sonríes... Permítame indicarle la salida. No se moleste conozco el camino, y precediéndote traspasó la puerta...



Burnaby, 2004

Ilustración de la WEB.

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