25 enero, 2009

Benito.




 Llegó a casa como llegan todos los rapaces -sin invitación- de improviso. Apareció una lluviosa mañana: enjuto, embarrialado y aterido de frío. Imposible averiguar su verdadera índole con tal aspecto. Llegar e instalarse fue una sola cosa. Fue creciendo y de raquítico y palurdo adquirió un aspecto fuerte y vigoroso. Se convirtió en un digno representante de su especie. Ahora estaba bien cuidado, alimentado y especialmente querido por todos. Bueno, por casi todos, pues sus correrías nocturnas por el vecindario le granjearon más de una enemistad.
Era tan altanero y se sabía tan único que hasta se permitía traer sus invitados. Otras veces traía sus trofeos de caza -como una ofrenda- que depositaba en el piso de la cocina. Así demostraba su agradecimiento, su afecto, o su petulancia. Nos integramos a él con el transcurrir del tiempo. Era uno más de la familia…

Un buen día desapareció tal como había llegado, intempestivamente. Pasaron los días, las semanas, los meses y hasta el sol de hoy no le he vuelto a ver... Sus hormonas dominantes tuvieron mayor peso que los beneficios que le brindamos. Sin ninguna consideración para conmigo, Benito se fue tras una hembra. Sólo espero que algún día logre encontrar la dirección...
Me dejó su marca ¡No se vive impunemente con un gato! Desde entonces soy devota de los siameses.

Caracas, 1998
Foto: Froyisberto, que vive en Málaga.

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