06 septiembre, 2008

La sentencia.







Las murmuraciones en los conciliábulos de la corte eran temerarias y muy variadas. Las provincias del sur en continuos alzamientos, estaban entorpeciendo la buena marcha del imperio. Finalmente llegó el momento de la reunión del Consejo. El Gran Khan precedía la ceremonia. El jefe de las provincias del sur, relató con lujo de detalles las escaramuzas acometidas contra los insurrectos. No obstante, ni el Khan ni el Consejo se mostraron satisfechos con las medidas adoptadas. Su ejército no actuaba según lo esperado; no arrasaba con los poblados levantiscos. Los infiltrados policiales no lograban dar con el paradero del líder de los revoltosos. Las puniciones no estaban a la altura de los persuasivos refinamientos habituales: lentos desmembramientos, inmersión en acuarios con peces carnívoros, baños de miel con horda de hormigas, buitres devoradores de entrañas. El Consejo quedó en silencio después de escuchar los pormenores... El Gran Khan en su inmensa sabiduría, ordenó decapitar al jefe de las provincias del sur al amanecer. Empalideció, mas no hizo ninguna mueca ni derramó lágrimas. Prosternado ante el emperador, dijo: ¡Gracias, generoso y magnánimo señor, me has aliviado de cometer una ignominia! Lo sé, respondió el Gran Khan, yo también tengo un hijo…


Caracas, setiembre 2008
Ilustración sacada de la WEB.

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