26 agosto, 2008

Que en paz descanse.



Día de agotadoras compras en la gran manzana. Mi amiga Analuisa y yo hemos caminado mucho y venimos cargadas de paquetes, soportando el sopor veraniego, el calor que despiden los vehículos y muchas personas en las calles.

Una apremiante necesidad de evacuar micciones nos acomete. Pasamos frente a una funeraria. ¡Metámonos aquí! Con el asunto de los oficios ni siquiera notarán si somos o no parte de los deudos, o amigos que vienen a dar el pésame. Logramos escabullirnos. En nuestro precario inglés solicitamos el sanitario. Cumplida la misión, nos dirigimos a la puerta. Notamos el catafalco en el centro, pocos cirios, sin flores y unas pocas personas alrededor. Antes de trasponer la puerta, somos detenidas por un señor muy serio, amable y respetuoso, quien nos conmina a firmar el libro de visitas. Mi amiga y yo nos miramos asustadas, pero para no pasar por la pena de decirle que sólo entramos para usar el sanitario, optamos por firmar. El señor revisa el libro y nos indica que nuestros datos están incompletos, que por favor los llenemos con más precisión: nombre, nacionalidad, dirección del hotel, en el cual estábamos alojadas y todos esos detalles. Nosotras conteniendo la risa y abochornadas porque nos descubrieran la travesura, cumplimos al pie de la letra toda la solicitud. Terminamos, dimos las gracias y salimos de prisa…

Rápidamente enfilamos hacia nuestro hotel -que quedaba a varias cuadras de allí- entre comentarios jocosos: ¡Estos gringos si tienen vainas!, ¡primera vez que me registro pa´echar una meaíta! Jajaja… Cuando contemos esto en Caracas, no nos lo van a creer. Esa noche cenamos en la habitación y nos quedamos viendo la tele. Mañana sería otro día agotador. Nos levantamos temprano bajamos a la cafetería del hotel a desayunar. Al pasar por el lobby del hotel para dejar la llave de la habitación, nos entregaron un sobre que venía dirigido a mi nombre. ¿Usted está seguro que es para mi?, no conozco a nadie en NuevaYork. Allí figura su nombre y numero de habitación, señora.

Intrigadas, nos fuimos a sentar en unas de las butacas del recibidor para abrir el misterioso sobre. Efectivamente era para mi. Dentro venía una carta explicativa que indicaba que el Sr. X había testado que se le diera 1.200 dólares a las siete primeras personas que asistieran a su velatorio y además había sendos cheques del CityBank, por esa cantidad para nosotras.


(Esta rocambolesca historia está basada en un hecho real.)

Caracas, julio 2007

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