Día de agotadoras compras en la gran manzana. Mi amiga Analuisa y yo hemos caminado mucho y venimos cargadas de paquetes, soportando el sopor veraniego, el calor que despiden los vehículos y muchas personas en las calles.
Una apremiante necesidad de evacuar micciones nos acomete. Pasamos frente a una funeraria. ¡Metámonos aquí! Con el asunto de los oficios ni siquiera notarán si somos o no parte de los deudos, o amigos que vienen a dar el pésame. Logramos escabullirnos. En nuestro precario inglés solicitamos el sanitario. Cumplida la misión, nos dirigimos a la puerta. Notamos el catafalco en el centro, pocos cirios, sin flores y unas pocas personas alrededor. Antes de trasponer la puerta, somos detenidas por un señor muy serio, amable y respetuoso, quien nos conmina a firmar el libro de visitas. Mi amiga y yo nos miramos asustadas, pero para no pasar por la pena de decirle que sólo entramos para usar el sanitario, optamos por firmar. El señor revisa el libro y nos indica que nuestros datos están incompletos, que por favor los llenemos con más precisión: nombre, nacionalidad, dirección del hotel, en el cual estábamos alojadas y todos esos detalles. Nosotras conteniendo la risa y abochornadas porque nos descubrieran la travesura, cumplimos al pie de la letra toda la solicitud. Terminamos, dimos las gracias y salimos de prisa…
Rápidamente enfilamos hacia nuestro hotel -que quedaba a varias cuadras de allí- entre comentarios jocosos: ¡Estos gringos si tienen vainas!, ¡primera vez que me registro pa´echar una meaíta! Jajaja… Cuando contemos esto en Caracas, no nos lo van a creer. Esa noche cenamos en la habitación y nos quedamos viendo la tele. Mañana sería otro día agotador. Nos levantamos temprano bajamos a la cafetería del hotel a desayunar. Al pasar por el lobby del hotel para dejar la llave de la habitación, nos entregaron un sobre que venía dirigido a mi nombre. ¿Usted está seguro que es para mi?, no conozco a nadie en NuevaYork. Allí figura su nombre y numero de habitación, señora.
Intrigadas, nos fuimos a sentar en unas de las butacas del recibidor para abrir el misterioso sobre. Efectivamente era para mi. Dentro venía una carta explicativa que indicaba que el Sr. X había testado que se le diera 1.200 dólares a las siete primeras personas que asistieran a su velatorio y además había sendos cheques del CityBank, por esa cantidad para nosotras.
(Esta rocambolesca historia está basada en un hecho real.)
Caracas, julio 2007
Una apremiante necesidad de evacuar micciones nos acomete. Pasamos frente a una funeraria. ¡Metámonos aquí! Con el asunto de los oficios ni siquiera notarán si somos o no parte de los deudos, o amigos que vienen a dar el pésame. Logramos escabullirnos. En nuestro precario inglés solicitamos el sanitario. Cumplida la misión, nos dirigimos a la puerta. Notamos el catafalco en el centro, pocos cirios, sin flores y unas pocas personas alrededor. Antes de trasponer la puerta, somos detenidas por un señor muy serio, amable y respetuoso, quien nos conmina a firmar el libro de visitas. Mi amiga y yo nos miramos asustadas, pero para no pasar por la pena de decirle que sólo entramos para usar el sanitario, optamos por firmar. El señor revisa el libro y nos indica que nuestros datos están incompletos, que por favor los llenemos con más precisión: nombre, nacionalidad, dirección del hotel, en el cual estábamos alojadas y todos esos detalles. Nosotras conteniendo la risa y abochornadas porque nos descubrieran la travesura, cumplimos al pie de la letra toda la solicitud. Terminamos, dimos las gracias y salimos de prisa…
Rápidamente enfilamos hacia nuestro hotel -que quedaba a varias cuadras de allí- entre comentarios jocosos: ¡Estos gringos si tienen vainas!, ¡primera vez que me registro pa´echar una meaíta! Jajaja… Cuando contemos esto en Caracas, no nos lo van a creer. Esa noche cenamos en la habitación y nos quedamos viendo la tele. Mañana sería otro día agotador. Nos levantamos temprano bajamos a la cafetería del hotel a desayunar. Al pasar por el lobby del hotel para dejar la llave de la habitación, nos entregaron un sobre que venía dirigido a mi nombre. ¿Usted está seguro que es para mi?, no conozco a nadie en NuevaYork. Allí figura su nombre y numero de habitación, señora.
Intrigadas, nos fuimos a sentar en unas de las butacas del recibidor para abrir el misterioso sobre. Efectivamente era para mi. Dentro venía una carta explicativa que indicaba que el Sr. X había testado que se le diera 1.200 dólares a las siete primeras personas que asistieran a su velatorio y además había sendos cheques del CityBank, por esa cantidad para nosotras.
(Esta rocambolesca historia está basada en un hecho real.)
Caracas, julio 2007
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