14 junio, 2008

Blindada.


(a Cosme, inmemoriam)



Después de mucho regatear, la adquirí en un mercado de pulgas. La verdad es que no sé que bicho me atacó, para empecinarme en comprarla. Su antigüedad y su teutónica procedencia fue garantizada; de hecho y a simple vista se veía su calidad, su porte artístico –como todas esas cosas de antaño delicadamente acabadas- y una especie de misterio -su inviolabilidad- que la hacia atrayente. En definitivas, me aseguré que quedaría genial -un toque kitsch- en la remodelación del apartamento y pedí me la llevaran a casa…

El hombre entró sigilosamente por la ventana. Un haz de luz me despertó bruscamente. ¿Ah, que sucede? ¡Párate y abre la cajafuerte! ¡Ya voy! Dando tumbos y encañonado caminé hasta la sala. Frente a la caja metálica me puso de rodillas: ¡Abrela! ¿ Onde está la llave? No hay tal, usa combinación. Es un antigüedad y me la vendieron sellada. ¡Tu crees que soy pendejo! Abre esa vaina o te quiebro aquí mismo. Por favor, cálmate y déjame explicar. Esta cajafuerte es sólo decorativa, la compré en una chivera y me la vendieron así, sin llave, sin combinación. ¡Por favor, es la verdad! Fíjate esto sólo da vueltas, nada más. Jamás han sabido que tiene adentro, si es que tiene algo. !Llévate lo que cogiste, vete ! No te estoy mintiendo. Me asestó un manotazo. Búscate cualquier vaina: un alicate, un destornillador, una palanca. Nadie tiene en su casa una de estas sin nada adentro. ¡Dale rápido, que estoy apurao!

¡Ok. pero cálmate! Vamos a ver que podemos hacer. !Cuidado con esa pistola! Fue a la cocina -seguido del ladrón que me apuntaba- rebusqué y consiguí una palanca rota repuesto del vehículo. Encañonado, sudando frío, comencé a apalancar la puerta de la caja de hierro. Pasaron varios minutos; veinte o más. Mis intentos fueron en vano. ¡Ayúdame aquí! le dije al ladrón. ¡Por favor, no te desesperes! Esta vaina esta pegada. Entrambos hicimos toda la fuerza posible. La puerta medio cedió y dejo ver una pequeña rendija. El tipo me dio un empellón. Con la linterna iluminó el interior del artefacto. !No joda, aquí no hay un coño! ¡No te lo dije! Luego, propinó una patada a la caja metálica, que volvió a cerrase.

¿Tienes carro? Siempre apuntándome con su arma, bajamos al estacionamiento. ¿Ahora, cual é? y no trates de engañarme, que te mato. Le abrí la puerta automática; subió al vehículo y arrancó como una exhalación. A todas estas ya casi amanecía. Subí nuevamente a mi apartamento: exhausto, golpeado y en un total estado de crispación. Lo primero que vi al abrir la puerta, fue la maldita cajafuerte. ¡Te vas!, hoy mismo salgo de ti.


Caracas, mayo 2004

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