27 febrero, 2007

La doma.





El preámbulo

“La llanura es bella y terrible a la vez; en ella caben holgadamente, hermosa vida y muerte atroz. Esta acecha por todas partes, pero allí nadie le teme” (1) y nunca hubo más acertada descripción. Juan Pedro bien que lo sabe: la recia doma, el trabajo en los campos, la sequía, las inundaciones. Los pocos ratos de jolgorio: la musicalidad del arpa, cuatro y maracas, el contrapunteo; la manga de coleo, las floridas muchachas; el sol de los venados con sus tonos purpúreos, que tiñe los silenciosos atardeceres. Tus desasosiegos los causa Angelina. Tus incontenibles deseos no son correspondidos por la chica. Ella lo menos que espera es entrar por la puerta de la iglesia. Juan Pedro no. El vive contaminado por la reciedad del llano. Su estrategia amorosa va pareja a la forma de afrontar su medio; las mujeres como las yeguas, son para domar y montar. Así, asecha sus presas por los callejones del pueblo, en los potreros, entre los matorrales.

El hecho

Aparece en la puerta del potrero, donde Angelina canturreando ordeña la vaca pinta. Se le va por detrás sigilosamente; la asalta. Vuelca el cubo y la leche se derrama. La ciñe fuertemente, forcejean; la derriba. Angelina se defiende lo mejor que puede ¡Ah carajo, me salió cerrera! No profiere ni un grito, ni un quejido cuando Juan Pedro la monta. Así como vino se fue callado y satisfecho.

La venganza

No te refugiaste en tu penuria. Ni una lágrima derramaste. A Juan Pedro no lo volviste a encontrar en meses. No obstante diste una vuelta por la manga de coleo. Allí estaba, rodeado de mujeres y lleno de cintas. Te acercaste, le pusiste un listón y le diste un beso. ¡Te espero esta noche en el potrero! La encontró dispuesta para cita.¡Viste que si te gustó! alcanzó a decirle, mientras la manoseaba y besaba ardientemente. En el momento más desprevenido agarró el palo y asestó el golpe. Un segundo intento remató el propósito. Lo arrastró hasta el corral y lo dejó allí tirado. Trajo la yegua; la enlazó, el otro cabo de la cuerda lo enredó en las piernas del hombre. Un fuetazo en la grupa bastó para que el animal comenzará a relinchar y patear. Varias veces pasó por encima del cuerpo. Después de observar todo el espectáculo y borrar los indicios, cerraste la talanquera y regresaste a tu casa.


El epílogo

Al día siguiente la noticia en el pueblo corre como pólvora. Juan Pedro tuvo un terrible accidente en la doma. ¡Una potranca le ganó la partida!


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(1) Rómulo Gallegos: Doña Bárbara. Capt. VIII.

Caracas, 2000

Ilustración sacada de la Web.

Al trote.





Mens sana y corpore sano

Esa mañanita despuntando el alba, después de enfundarse en su mono deportivo salió a trotar al parque como de costumbre. Los trotadores se dan los buenos días con gestos o sonrisas, para no perder ni el tiempo ni el ritmo del trote. Caros Luis comenzó su rutina de calentamiento. Se sentía en plena forma -en su grupo lo llaman El cincuentenario- pues aparte de ejercitarse religiosamente, cuida su dieta y limita sus excesos que por lo mismo ya habían dejado de ser tales. Luego de una breve rutina de calistenia hizo un atado con la toalla para envolver los lentes, la colocó debajo del árbol – que siempre usa como punto de referencia en su recorrido- y arrancó por una calzada ya congestionada con tantos asistentes que como él, practican la moda del “jogging”.Voy a tener que cambiar de rutina. Esto se está volviendo un Poliedro cualquiera, masculló molesto.

Tendría unos veinticinco minutos de carrera, cuando sintió un roce y un ¡Disculpe!. Atinó a sonreír a un joven con audífonos, que lo rebasa. Carlos Luis observó en su bolsillo trasero el bulto de una cartera masculina. Instintivamente tocó el suyo y no palpó nada. Se desconcertó; de inmediato el asombro se trocó en rabia ¡Ese desgraciado me quitó la billetera! ¡Epa tú, párate! El chico impertérrito continuó su veloz carrera…

Carlos Luis se lanza en su persecución. Agobiado por el esfuerzo –lleno de ira- le da alcance. Lo jalonea por la sudadera. El joven dado el sorpresivo ataque no atina a defenderse... Carlos Luis lo golpea con rabia, lo lanza al suelo, lo patea; mete la mano en el bolsillo y extrae la cartera. El chico se incorporó como pudo a causa de la golpiza y no alcanzó a ir tras el agresor, por recoger su maltrecho “walkman”.

Bufando y maldiciendo, llega al sitio donde están sus pertenencias; se tercia la toalla al cuello, se enjuga el sudor y se pone los lentes. Molesto reniega y jura que nunca más vendrá al Parque del este ¡Malditos rateros de mierda! Mascullando improperios llega a donde vive. Abre la puerta de su apartamento y ¡oh sorpresa! Allí sobre la repisa de la entrada, está su billetera.

Caracas, 1999

Ilustración sacada de la WEB.