02 enero, 2007

Consumismo.


Cualquiera cree que hacer un mercado es cosa muy sencilla. El que así piensa nunca a hecho mercado en un país del llamado primer mundo. A ver si me explico. Nosotros, habitante del inframundo –hace ya tiempo que dejamos de pertenecer al 3ro.- cuando vamos a hacer unas compras, compramos lo que se consiga, así literalmente.
Montones de veces vamos buscando algún producto y por arte de birlibirloque éste ha desaparecido del mercado y debemos conformarnos o por comprar un sustituto, o por no adquirir nada.

Ir a un auto mercado en el primer mundo es toda una experiencia. Aparte de entrar al verdadero templo del consumismo. El comprador no habituado a la avalancha de productos que allí se expenden, termina por marearse o como mínimo agotado. Siempre acaba gastando más de lo estipulado ya que las tentaciones están por doquier. Fíjese si no....

Buscar mermelada es toda una aventura. Aparte de que hay tarros y tarritos: de vidrio, plásticos o de cerámica bellamente decorados, o en tubos cual pasta de diente. Puede usted conseguir mermeladas procesadas naturalmente –sin aditivos químicos- envasadas al vació, con una inimaginable gama de sabores y mezclas: piña con manzana, melón con patilla, cambur con fresas, manzana con rábano. Con azúcar y sin -para diabéticos- para reumatosos, para los cardíacos. Bien molidita –para los sin dientes- en trocitos, en trozotes, con pasitas o sin, etcétera. ¡A la final a usted ya se le olvidó cual sabor andaba buscando! Ni le cuento del proceso de selección que hay que hacer para comprar un piche kilo de arroz... De paso, parece ser que esos países tan avanzados aún no se avienen a eso del sistema métrico decimal. Ya por allí comienza la complicación para nosotros -deficientes mentales- habituados al gramo, medio kilo y kilo. Hay arroz de todos tipos y colores: arroz salvaje, arroz picado, grano entero, grano gordo, grano largo. Arroz pa´ paellas, arroz para hervir solito –a lo chino- arroz salvaje, arroz enriquecido. ¡A nosotros con arroz empobrecido nos basta!

Como todos los negros tomamos café -según canta Mamá Inés- me gusta saborear mi cafecito mañanero y salí en busca del preciado grano. Siempre considerando que los de allá –en el norte- lo que toman es agua sucia. Nunca como el cafecito que preparamos nosotros colado en media. ¡Craso error!

Me metí en un expendio especializado en estos menesteres -el globalizado Starbucks- que por supuesto además del café, vende toda la parafernalia y adminículos inimaginables para hacerlo: cafeteras, filtros, tazas, pocillotes, pocillitos, cucharitas y pare usted de contar. Cada uno de ellos mas bello y delicado que el otro. En vitrinas exhibidos los diversos tipos de granos: sin tostar, a medio-tostar, bien tostado. ¿De dónde? De Java, de Colombia –el más conocido- de Brasil, de Costa Rica, de Gabón, de Arabia, así ad infinitum. Yo ingenua, me puse a buscar café venezolano que por desgracia ni saben que existe. (De milagrito saben que de Venezuela salen a la palestra mundial unas lindas chicas que luego se convierten en misses y es como quien dice, cuando se transforman en seres humanos de verdad.) Bien, sigamos con el café...

Para colmo todo esto en mi precario inglés ¡Jolines! Me sentí cual cucaracha. Ahora viene el segundo round contra la máquina. ¿Cual botón apretar? Negro, marrón, cappuccino, machiatto, con panna o sin, con canela. ¡Más de una docena de botones! ¿Qué es esto, una dispensadora de café o una máquinita de juegos?

¿Quién dijo que éstos no saben tomar café? Precisamente la máquina después de leer las instrucciones en inglés y pulsar varios botones equivocados, me deparó el mejor cafecito negro –por cierto Costarricense- aromático y con sabor, que me he tomado en mi vida.


Vancouver, 2002

Ilustración sacada de la WEB.

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