17 septiembre, 2011

Un viejito estrafalario.




Mi abuelo paterno Nicolás Ratto, genovés venido a tierras americanas por allá a principios del siglo XIX, primero llegó a Lima donde montó un lujoso hotel-restaurante: El Excelsior, porque se me pasó decirles que era un gran cocinero. La depresión por la gran guerra lo arruinó y pensando devolverse a su tierra, pasó por La Guaira y se quedó -primero en Caracas y luego en Los Andes- por allá en los años 30. Mis abuelos se establecieron definitivamente en Venezuela y nunca se devolvieron a Italia... Don Nicolás era un personaje muy peculiar: regordete, tez rosada, ojos azules.  Cuando tuve consciencia de quién era ya estaba casi calvo y lucía un bigotito tipo cepillo de diente. Cantaba ópera (tenor), fabricaba su propia pasta, preparaba ricos platos de la comida lígure y era enamoradizo lo que ocasionaba quebraderos de cabeza en la familia. Dentro de casa y por andar, vestía muy estrafalariamente: con camisas mangas cortas coloridas, sombrero de Panamá que a veces cambiaba por una boina negra y quizá un pantalón a rayas, que no combinaba para nada con el resto. Más cuando la ocasión lo ameritaba se transformaba en un verdadero dandy de gabardina: chaleco, borceguíes, leontina de oro y bastón tallado que creo usaba más por prestancia que por necesidad. El personaje de Poirot, de la serie de TV me lo recuerda; se me parece mucho. 

Por las fotos que conservo de mis antepasados, mi abuelo ya tenía costumbre de hacer montañismo allá en su pueblo natal Alpicella, por consiguiente ese hábito siempre lo mantuvo. Cuando vivíamos en la esquina de Las Ibarras, en la década de los 40 a los 50 Caracas no tenía tantas avenidas, tantos edificios, ni tantos vehículo, así que no existía eso que ahora llamamos smog, por lo que El Avila podía apreciarse en toda su extensión y magnificencia. Mi abuelo subía a la montaña - cuando muy pocos se aventuraban- cada vez que la ocasión se lo permitía, generalmente los fines de semana muy tempranito en la mañana, por la Puerta de Caracas llegaba hasta Los Castillitos o Los venados... Luego cuando regresaba cayendo ya la tarde y cansado, me contaba que había un camino hecho por los primeros españoles que se asentaron en la ciudad, un fortín también de cuando la colonia y además un doctor alemán que vivía allá arriba en un castillo y tenía momias como acompañantes... Otra cosa que recuerdo de mi abuelo, además de que me quería y consentía mucho, es que se reunía con otros compatriotas suyos –mi abuelo al contrario de mis padres, nunca se nacionalizó venezolano- a tocar guitarra y especialmente a cantar ópera, acompañados por su profesora de vocalización al piano... Con el correr de los años dominó bien el español, pero en casa a mi abuela y a mi padre les hablaba en italiano o dialecto genovés. Ahora a la distancia, creo que mi abuelo era anarquista. Se apuntaba a causas libertarias: renegaba de Mussolini y estaba en contra del juicio a los sindicalistas Sacco y Vanzetti.

Para mi todavía niña, el cerro El Avila en ese entonces tenía algo de misterioso y embrujado, por el cuento de los castillos y las momias. La única vez que subí con él, llevamos unos prismáticos con el objeto de divisar la ciudad en detalle y nuestra casa… Nicolás murió a los ochenta y dele. Nunca se fue del país que lo acogió. Siempre estuvo enamorado de las montañas que visitaba asiduamente.  Cuando vivió en Mérida y luego en Valera mantuvo esa costumbre... Las pocas veces que me aventuré hasta Los Venados, rememoré lis paseos de mi infancia con mi abuelo.

Caracas, septiembre 2011


Ilustración tomada de la web.