21 febrero, 2011

El huésped inesperado.




Un huésped sin invitación se ha instalado en casa. Llegó sin aviso y sin protesto. De forma, taimada: escondido, calladito y lentamente se fue adueñando de lo que consideró su espacio. Ya está muy instalado y se desplaza a su antojo, inmutable ante mis protestas, cuando juega a las escondidas conmigo y desparece… Entonces –no sin cierta angustia- me pongo a buscarlo y lo localizo donde menos imagino.

Debo reconocer que a pesar de su pequeñez, parece ser fuerte y resistente. Me informé a través de la web, puesto que no tenía la menor idea de qué hacer con tipos como él, y según leí no debo hacerme falsas ideas, es decir no hay que creer que su visita será breve. ¡Qué va! por el contrario durará añales. Cuidado si duro yo menos y entonces quién se ocupará de él… Además, y es el caso, me asombró cómo una criatura de su condición –que se ve tan indefensa- haya podido aguantar tanto frío, tanto traslado de un lado a otro y tanto empaquetamiento…
Resulta que en días pasados compré en el mercado un brócoli. Se veía muy verde, bonito, fresco. Al llegar a casa lo desempaco, me preparo a lavarlo bien para proceder a su cocción…y ¡oh sorpresa! allí insertado entre los racimos estaba un hermoso caracol, de mediano tamaño... ¿Que hacer? lo primero que hice fue revisarlo a ver si vivía, después de lo que supuse toda una aventura. Efectivamente respondió positivamente a la revisión. Entonces, deseché el brócoli y me quedé con Caracolo, que a partir del momento en que lo instalé en una de mis plantas, por los visto está cómodo y feliz…


Caracas, febrero 2011
Ilustración: foto tomada por la autora

02 febrero, 2011

Zona cero

A los admirables bomberos neoyorkinos.
In memoriam (sept.11, 2001) 




 El sargento dio la orden y yo obedecí, como es habitual. Además todos estábamos allí para ayudar. ¡Los bomberos estamos para eso!… Suban rápido. Lleguen por las escaleras lo más alto que les sea posible y saquen a quién encuentren. Por parejas: Méndez y Smith, Randall y González, Gordon y Hashell. ¡Vamos!, dijo el sargento y entramos con nuestros equipos. No sabíamos a ciencia cierta qué había sucedido ni con qué nos toparíamos.

 Todo era caos y confusión. El polvo y humo no permitían mucha visibilidad a través de nuestras mascaras. La lucecita de las linernas nos guiaba. Nos abríamos paso con el hacha. ¡Cuidado, un derrumbe!... Caían vigas, muebles, pedazos de pared. Las llamas invadían todo. Yo con mi compañero subíamos buscando sobrevivientes. Ajenos a todo lo que continuaba sucediendo dentro y fuera de la torre... Escuchamos unos quejidos y hacia allá nos dirigimos. Fue difícil llegar. Estábamos todos desorientados. Tratamos de comunicarnos con el sargento, pero fue imposible. Como pudimos, ayudándonos entrambos, escalamos un piso. El quejido se hacía más perceptible. Entre tanto derrumbe mi compañero trepó sobre mis hombros y se metió por un boquete. De pronto algo explotó.... Caí y un montón de vigas y escombros me aplastaron…

 Esta mañana desperté en la cama de un hospital. Al verme alli –dentro de mi aturdimiento- traté de incorporarme, pero estaba atado. Comencé a gritar. Los médicos y enfermeras acudieron a mi llamado. Alguien me dio la noticia: usted ha estado tres semanas inconsciente. Tuvimos que amputarle media pierna izquierda. Además –como notará- tiene un brazo enyesado, contusiones craneanas y muchas magulladuras. Traté de tirarme de la cama, pero inmediatamente fui sedado. Poco a poco, me fui adaptando a la situación y comenzaron a contarme lo sucedido de manera confusa. También vi los noticieros por la TV. Por un atentado terrorista las torres ya no existen. ¿Quién me trajo. Qué pasó con mi compañero? Mis familiares y los visitantes omitieron aclarar mis interrogantes. A los meses salí del hospital. Lo primero que hice -con muletas- fue ir directo al cuartel. Me contaron cosas terribles: muchos de mis camaradas habían fallecido, entre ellos mi amigo Smith y el sargento. Curioso, me dirigí a la zona cero. No quedaba ni rastro de lo que otrora había. Parado allí viendo el solar con algunos enormes escombros, sentí mucha rabia y frustración. Lloré ante la cerca con los retratos de los miles que murieron o desparecieron en la tragedia.

 Pasados los meses, el Alcalde de la ciudad hizo un acto en honor a ¡los gloriosos bomberos de Manhattan! - así nos decían- y rendir tributo a los compañeros fallecidos durante el recate. Obtuve una medalla honorífica. Cuando me la imponían no me sentí orgulloso, por el contrario me cuestionaba... Los recuerdos venían en mi búsqueda: nunca supe si la persona que emitía aquellos quejidos en la torre, había sido rescatada... ¿Cómo murieron mis amigos. Acaso uno de los fallecidos fue mi salvador.? Acto seguido fui al cementerio y en la tumba de Smith dejé mi medalla. Hoy, en vez de estar dichoso por que vivo, me siento el ser más infeliz del mundo.


Caracas, septiembre 2010
Ilustración tomada de la Web.