02 noviembre, 2008

La cautiva.


Descendió del bus con el grupo de turistas. Lo primero que escuchó de la chica que servía de guía fue: Por favor no se dispersen. Hizo caso omiso. Sus pasos cobraron independencia y se dejó llevar…

Caminó, caminó y caminó. Cómo no adentrarse en ese embrujo. Todo lo que le habían contado, todas las recomendaciones que le hicieron, no se comparaba con lo que veía, con lo que escuchaba, con lo que olía. Alquerías, zócalos de alicatados, albercas y patios delicadamente trazados. Columnas estilizadas rematadas en bellísimas volutas, bóvedas y mocárabes. Perfumados jardines: granados, buganvilias y azahares. Nidos y trinos. El correr del agua por acequias y fuentes. ¡La poesía hecha arquitectura! El aire mágico que el lugar emana lo obliga a abstraerse de todo... Jamás había visto una hermosura tal, un monumento grácil que invita al sosiego, sin la magnificencia agobiante como los que está acostumbrado a visitar. Llegado a El Partal, anonadado por tanta belleza, se sienta a la orilla del jardín a tomar un respiro... Con el resto de luz de la tarde aprovecha y toma unas fotos. Luego comienza a descender por una vía empedrada; topa con una torre. Curioso trepa por las estrechas escaleras. Llega arriba sin aliento. Se asoma por un ajimez y contempla en el aire fresco del tardecer el Albaicín y a sus pies la Medina granadina lejana.¡Así lo debe haber visto Irving!, pensó... Una pequeña ráfaga de aire helado lo saca de su contemplación. Siente un bisbiseo. Voltea; no está solo. Una figura de mujer envuelta en la bruma está en la habitación. No puede distinguirla claramente. Va ataviada a la usanza morisca, con un velo que le cubre la cara. Tratando de salir de su estupor estira un brazo con ademán de asir la etérea figura. Nada, no atrapa nada... Despavorido, sale de la habitación y corre escaleras abajo. Continúa a paso rápido, jadeante, hasta llegar donde está su grupo.
¡Lo dábamos por perdido!, dijo la chica. ¿Por qué está tan pálido? ¿Acaso se siente mal? No responde, alcanza a esbozar una sonrisa. Seguro se adentró en los predios de Doña Ana de Solís, La Rumía dijo la chica riendo. Los hombres no deben ir solos a esa torre... Venga tome un vaso de agua y le cuento la historia. ¡Pero usted no creerá en aparecidos, verdad! Verá, lo que he de narrarle sucedió ciertamente y ahora se ha convertido en leyenda.

Fue mucho tiempo atrás, en época de los Nazaríes. Una castellana llamada Isabel de Solis, fue vendida en un mercado de esclavas,  al emir Muley Hacén...
Málaga, febrero 1999
Ilustración tomada de la Web.

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