30 septiembre, 2008

Un manojo de cartas.






Buenas tardes. Jaime alzó la vista del periódico.Frente a su mesa estaba un hombre de mediana edad. Buenas tardes, respondió. ¿Es usted Jaime?, sí el mismo. Se levantó y dijo: siéntese, por favor. El hombre retiró la silla y se acomodó de cara a él. Pidieron dos cafés y dos vasos con agua. Bien, sabrá por qué lo cité aquí... Pues en verdad no lo tengo muy claro, respondió Jaime. Tenía necesidad de conocerlo. Al principio pensé en venir armado y acabar con usted; pero luego pensándolo calmadamente concluí en que ya no valía la pena después de todo lo sucedido... ¿Fue usted quién dejó las flores?... Si, respondido secamente Jaime... Verá, cuando me enteré sentí un odio enorme hacia usted; lo que pensé fue en matarlo, pero en consideración a mis hijos y nietos, preferí tomarme las cosas con calma... El sentimiento es recíproco, le dijo Jaime. Yo pasé años odiándolo a usted, en cambio su odio es reciente... Yo pasé años, sabiendo de usted y compartiéndola de a poquitos.... Ricardo, yo a usted y a toda su familia los conocía por fotos. Usted ni sabía de mi existencia... Ya ve, ambos llevamos el mismo rencor y el mismo dolor dentro, pero ahora ya es inútil tomar represalias. Tampoco sería justo acusarla a ella; al menos yo siempre supe a que atenerme... Nos tocó vivir la vida así y ya no tiene caso culpar a nadie. ¿No cree usted que es más conveniente atesorar los gratos momentos que nos deparo Mercedes?... Sólo le pido que esto no llegue a conocimiento de mis hijos. Pierda cuidado, acotó Jaime. Mercedes siempre me hizo entender que su familia estaba por encima de todo... Ciertamente, creo que por eso no se atrevió a irse con usted, dijo Ricardo apesadumbrado... ¡En fin!, no demos más largas a ese asunto: tenía curiosidad por conocer a mi rival y entregarle lo que conseguí entre las cosas de Mercedes, que me revelaron la verdad... Una verdad a medias, dijo Jaime... Ya teníamos cierto tiempo distanciados, entre otras cosas por su enfermedad y porque yo opté por casarme. Sin embargo mantuvimos nuestra correspondencia... Ricardo lanzó sobre la mesa un paquete de sobres atados con un listón amarillo. Se puso de pie en silencio. Jaime ni siquiera hizo amago de despedirlo. El hombre le dio la espalda y se alejó. Jaime se quedó sentado unos minutos más contemplando el atado de cartas... Pidió la cuenta; metió el empaque en el bolsillo de su abrigo; recogió el periódico y se alejó lentamente…



Caracas, octubre 2008

No hay comentarios: