09 marzo, 2008

Tiempo de lecturas.



No hay que elegir los libros por sus tapas
Entré en días pasados a una librería y comencé a ojear los volúmenes que estaban en exhibición. Vueltas y vueltas y no conseguía nada que me atrajera. Finamente, para no dejar sin saciar mis ansias de lectura, tomé un libro de Saramago, pensando que "más vale un bueno conocido que un malo por conocer ". Al menos iba sobre seguro.

El libro en cuestión, estaba empaquetado en su funda plástica, por lo que me era imposible conocer su contenido; amen que las tapas tampoco reflejaban mayor asunto. La trasera decía simplemente: “Déjate llevar por el niño que fuiste. Libro de los consejos.” Accedí y me dejé llevar…



Cuando llegue a casa y lo desenvolví, constaté que son las pequeñas memorias de la infancia del autor. No voy a negar la desilusión que esto me causó. ¿Qué me interesa a mi, la infancia de este señor; qué podrá contar de interesante ?, deduje un poco molesta y me puse a ojear las desvaídas fotos que incluye el volumen.

¡Craso error! Al llevar unas cuantas páginas leídas, me dije: ¡el que escribe bien, escribe bien lo que sea! Este modesto libro (179 páginas) es una delicia. José Saramago, con una franqueza asombrosa y sin intenciones de disfrazar la realidad para hacerla más literaria, cuenta admirablemente aquello que recuerda de su muy lejana infancia (anotemos que ya cuenta 86 años). La dura vida campesina en su aldea, las privaciones, las pocas alegrías, las anécdotas (su cambio de apellido y fecha de nacimiento, por un error burocrático), el amor y las enseñanzas que recibió sus abuelos maternos; las vivencias en fin, de un muchacho campesino en los duros años en el Portugal del dictador Salazar. En el librito hay episodios memorables y conmovedores de lo bien contado que están.

Leyendo estas pequeñas memorias (el título en cuestión es: Las pequeñas memorias, Algafuara, 2007) se pregunta uno si el destino no juega una suerte de presencia inexorable en nosotros. Según nos cuenta el narrador, proviene de una familia de labradores analfabetas. Su Padre, tenía una mediana instrucción y ocupó un mediano puesto burocrático. Su Madre no sabía ni leer ni escribir. Sus estudios no fueron más allá de una escuela técnica donde aprendió mecánica, puesto que la subsistencia apremiaba. A pesar de este panorama, desde el cual pudiéramos deducir –dadas las circunstancias tan adversas- que esta persona no llegaría nunca a recibir un Premio Nobel, la realidad de su prolífica obra, nos lleva a desmentir tan aventurado juicio.

El autor nos deja en suspenso e intrigados, por saber más acerca de cómo este pequeño, devino en el excelente escritor que es hoy en día. Habrá que estar pendiente de la continuación de estas memorias...


Caracas, marzo 2008

No hay comentarios: