07 julio, 2012

Aroma mañanero.




 Cuando vivíamos en la casa grande de la parroquia San José, era una niña grande. Recuerdo que para ayudar con los quehaceres de la casa venía una muchacha barloventeña, llamada Zenobia. Era de contextura fuerte, buenamoza, con las greñas bien atadas hacia atrás, piel lustrosa -donde contrastaba el talón blanco- perfumada a jabón de coco y vestida coloridamente.

 Zenobia, asistía a mamá en muchas cosas: lavaba, planchaba, barría el patio... Al llegar lo primero que hacía era cambiar los zapatos por unas alpargatas, enfundarse un delantal blanco y montar el café. Entonces, la casa se ponía olorocita a cafecito recién colado a la usanza tradicional: mediante un liencillo. Aún adormecida, ya sabía que la casa despertaba y que la hermosa Zenobia había llegado. Todos disfrutábamos ese rico néctar que caliente nos esperaba en la cocina para ser servido por Zenobia... A mí me tocaba tomarlo con leche, porque según decían: muchacho no debe tomar café negro.

Caracas, julio 2012 
Ilustración tomada de la web.